Mensajes ocultos en navidad



La pandereta, la zambomba y la botella de anís son el cuadro de percusión clásico de cualquier coro navideño. Pandillas de niños cantores toman las calles para pedir el aguinaldo a fuerza de agudos, por lo que siempre es recomendable tener unos céntimos a mano, ya no para que los chavales se lo gasten en chuches, sino para que dejen de atronar nuestros tímpanos con sus voces de pito. Las canciones populares de las fiestas navideñas son fácilmente reconocibles porque la sagrada familia suele ser el leitmotiv común a todas ellas. Sin embargo, un análisis en profundidad de las letras de los villancicos que más pegan en las listas revela matices algo perturbadores. No están todos los que son, pero sí son todos los que están:
    Está claro que el protagonista de este villancinco es un miembro destacado de la cofradía del puño cerrado, a la vista de los petardos que va a poner en la puerta de su casa para librarse de los que van a pedir el aguinaldo. 
  • Campana sobre campana: La llegada del hijo de Dios es recibida con gran júbilo, por eso los ángeles se convierten en maestros campaneros para que hasta los sordos se enteren de la buena nueva. El gran logro de este célebre villancico es hacernos creer que desde cualquier ventana es posible asomarse y ver al niño en la cuna sin necesidad de prismáticos. Da igual que estemos en el mismo Belén o en la otra punta del mundo. Por otro lado, en las estrofas se interroga a un pastor por un destino más que previsible, quedando demostrado que no todo el mundo se conforma con unas buenas vistas.
  • Arre borriquito: A pesar de comportarse como el vecino huraño del que huyen todos los chiquillos del barrio, el hombre está decidido a rendir pleitesía al niño más famoso de la historia. Salvando la escasez de infraestructuras de transporte de la época, se monta en su borrico para llegar al lugar del nacimiento, pero por las veces que le dice que burro que apriete el paso, salta a la vista que va con la hora pegada al culo.
  • Los peces en el río: Impresionante melopea la que agarran cada año los habitantes marinos del, suponemos, río Jordán. Todos los años pillan una cogorza del 15, pero por lo visto es una condición indispensable para ver a Dios nacido. Y es que con un buen delirium tremens, no solo los peces tienen alucinaciones, sino que cualquiera puede ver a Dios, a la Virgen y a todos los santos. Sin embargo, lo mejor de este villancico es que muestra a una Virgen moderna, acorde a los tiempos que corren. Tan pronto está lavando, comportándose como una ama de casa perfecta, que lo mismo se peina, sacando a relucir su lado más divine y presumido.
  • La Marimorena: ¿Quién es esta señora? ¿La madre del Chiquirritín? La paliza a andar que se pega todas las navidades es de medalla olímpica. La campeona del maratón por Palestina anda a buen paso todos los años para llegar al portal del Belén. Nadie quiere perderse una reunión tumultosa como está. Además de estrella, sol y luna, la Virgen y San José, y el niño que está en la cuna, hay otros espontáneos, como un hombre haciendo botas poco diestro con la cuchilla y otro que hace migas con menos arte todavía. La pega es que la choza resulta algo insalubre, ya que también hay ratones que comen calzoncillos.
  • El tamborilero: No hay programa navideño que se precie sin Raphael entonando los avatares de este modesto músico camino del portal. Con un zurrón gastadísimo, pero hasta las trancas de regalos, el resto de pastores van presentando al neonato sus respetos, mientras que el tamborilero únicamente puede deleitar al niño con el manejo de las baquetas. Al estudiar con detalle las estrofas de este villancico, se extrae la conclusión de que el tamborilero es realmente un enviado del futuro de las Turbas de Cuenca, avisando al pequeño Jesús de la que le espera en Semana Santa.

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